Viktor L. Frankl
por Guillermo Vega Zaragoza
Es curioso que Alex Castañeda haya mencionado ese libro atroz, pero que
luego de su lectura, nos deja una enseñanza bellísima: El hombre en busca de sentido del psicólogo vienés Víctor L. Frankl.
Como ya sabemos, Frankl nos narra su experiencia como prisionero en un
campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Con sólo
enunciar el tema nos podemos imaginar las crueldades que ahí sucedieron. Todos
hemos visto en fotografías, documentales y películas el horror que significó
descubrir la existencia de esos campos de exterminio, donde millones de
personas fueron asesinadas luego de padecer innumerables agresiones y
vejaciones. Entonces y ahora, nos sigue pareciendo increíble no sólo que
algunas personas hayan sobrevivido a ellas sino que, precisamente, quienes las
infligieron hayan sido seres humanos.
En efecto, millones de personas perdieron la vida en esos lugares. Pero
también miles de personas sobrevivieron a las bestiales condiciones de los
campos de concentración. ¿Cómo fue posible esto? ¿Por qué unos sí tuvieron la
fuerza para soportar todo tipo de violaciones a su integridad humana y
sobrevivieron, mientras otros se dieron por vencidos y se dejaron morir,
asumiendo como inevitable un destino tan cruel? En la respuesta a esta
interrogante radica la belleza que nos revela ese libro.
El doctor Frankl nos enseña que, en el campo de concentración, todas las
circunstancias conspiran para conseguir que el prisionero pierda sus asideros.
Todas las metas de la vida familiar, profesional, sentimental, han sido
arrancadas de cuajo, por la brutalidad más irracional que se pueda imaginar.
Frankl cuenta que, luego de que le ordenaron que se deshiciera de todas sus
pertenencias y se despojara de sus ropas para desinfectarlo antes de entrar al
campo, se encontró desnudo esperando su turno para entrar a la ducha de agua
fría. Allí se dio cuenta de que lo único que poseía era su "existencia
desnuda", pues no había nada que pudiera ser un nexo material con su vida
anterior como padre, esposo o médico. En ese momento entendió que el ser humano
es, como lo dijo también el filósofo español José Ortega y Gasset, tan sólo él
y su circunstancia.
Conforme fueron avanzando los días, las semanas y los meses de su
inefable estancia en el campo de concentración, Frankl atestiguó cómo algunos
de sus compañeros de desgracia fueron dándose por vencidos, perdiendo toda
esperanza de volver a ver a sus familias, a sus seres queridos, y, literamente,
se dejaron morir. La cámara de gas y los hornos crematorios solamente le
ahorraban a estos individuos la humillación última de tener que suicidarse,
pues más que personas parecían muertos en vida.
Pero, a través de su propia experiencia y de la observación de sus
compañeros, Frankl llegó a una importante conclusión: la clave estaba en la
actitud que cada persona asumía en relación con las circunstancias que en este
caso, en mala suerte le habían tocado vivir. Frankl nunca perdió la esperanza
de volver a ver a su esposa y a sus hijos, de volver a caminar por las calles
de su ciudad, de admirar el amanecer y escuchar el canto de los pájaros del
parque, de volver a atender a sus pacientes en el hospital. Frankl asumió que
esa circunstancia por la que atravesaba en tales momentos era totalmente
transitoria y que, por más irracional que fuera, no iba a durar para
siempre.
Descubrió algo sumamente bello, que la gran mayoría de los seres humanos
pocas veces logramos discernir por nosotros mismos: la "última de la las
libertades humanas" es la capacidad de "elegir la actitud personal
ante el conjunto de circunstancias" que le toca atravesar.
Pueden encerrarme, quitarme todas mis pertenencias, insultarme, vejarme,
torturarme, pero si no me matan, sigo siendo libre, a pesar de estar
enclaustrado entre cuatro paredes; sigo siendo libre para decidir si estas
circunstancias las vivo como un infierno inevitable o como una circunstancia
transitoria, pasajera, como una fase más de mi vida que puedo aprovechar para
hacer algo útil, para mí y para mis semejantes. O, por el contrario, puedo
decidir rumiar mi desgracia o mi mala suerte, convertirme en un muerto
viviente, drogarme o emborracharme para evadirme de esa circunstancia, para no
enfrentarla, decidir que nada tiene sentido, que "para qué hago algo si
nunca voy a salir de aquí".
Este libro es especialmente valioso para entender
en qué consiste el sentido de la vida; es decir, para qué estamos aquí: el
sentido de la vida es, precisamente y aunque parezca una paradoja, vivir. Todos
nacemos, vivimos y morimos. Esa es la única certeza que tenemos. La forma en
que vivimos es una elección personal: puedo vivir mi vida como una fiesta o
como un infierno, puedo sentirme libre recluido en una cárcel, o sentirme
prisionero caminando por la ciudad. La única posesión que adquirimos con la
vida es la libertad, incluso la libertad de quitarnos la propia vida.
Yo soy responsable de mi libertad para vivir mi
vida como quiera, porque es lo único que nadie, nunca, me va poder quitar.
Vivir sin libertad es como estar muerto en vida.
¿Y tú, qué tanto eres conciente y responsable de tu
libertad?
¿Cómo nos ha deado este hombre no Memo? Aplaudo tu artículo con mucha efusión, una vez escribí esto en algún artículo: "no hay NADA como perderlo TODO" A. Castaneda
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