viernes, 30 de diciembre de 2011

Nuestra única posesión


Viktor L. Frankl

por Guillermo Vega Zaragoza

Es curioso que Alex Castañeda haya mencionado ese libro atroz, pero que luego de su lectura, nos deja una enseñanza bellísima: El hombre en busca de sentido del psicólogo vienés Víctor L. Frankl.

Como ya sabemos, Frankl nos narra su experiencia como prisionero en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Con sólo enunciar el tema nos podemos imaginar las crueldades que ahí sucedieron. Todos hemos visto en fotografías, documentales y películas el horror que significó descubrir la existencia de esos campos de exterminio, donde millones de personas fueron asesinadas luego de padecer innumerables agresiones y vejaciones. Entonces y ahora, nos sigue pareciendo increíble no sólo que algunas personas hayan sobrevivido a ellas sino que, precisamente, quienes las infligieron hayan sido seres humanos. 

En efecto, millones de personas perdieron la vida en esos lugares. Pero también miles de personas sobrevivieron a las bestiales condiciones de los campos de concentración. ¿Cómo fue posible esto? ¿Por qué unos sí tuvieron la fuerza para soportar todo tipo de violaciones a su integridad humana y sobrevivieron, mientras otros se dieron por vencidos y se dejaron morir, asumiendo como inevitable un destino tan cruel? En la respuesta a esta interrogante radica la belleza que nos revela ese libro. 

El doctor Frankl nos enseña que, en el campo de concentración, todas las circunstancias conspiran para conseguir que el prisionero pierda sus asideros. Todas las metas de la vida familiar, profesional, sentimental, han sido arrancadas de cuajo, por la brutalidad más irracional que se pueda imaginar. Frankl cuenta que, luego de que le ordenaron que se deshiciera de todas sus pertenencias y se despojara de sus ropas para desinfectarlo antes de entrar al campo, se encontró desnudo esperando su turno para entrar a la ducha de agua fría. Allí se dio cuenta de que lo único que poseía era su "existencia desnuda", pues no había nada que pudiera ser un nexo material con su vida anterior como padre, esposo o médico. En ese momento entendió que el ser humano es, como lo dijo también el filósofo español José Ortega y Gasset, tan sólo él y su circunstancia. 

Conforme fueron avanzando los días, las semanas y los meses de su inefable estancia en el campo de concentración, Frankl atestiguó cómo algunos de sus compañeros de desgracia fueron dándose por vencidos, perdiendo toda esperanza de volver a ver a sus familias, a sus seres queridos, y, literamente, se dejaron morir. La cámara de gas y los hornos crematorios solamente le ahorraban a estos individuos la humillación última de tener que suicidarse, pues más que personas parecían muertos en vida.

Pero, a través de su propia experiencia y de la observación de sus compañeros, Frankl llegó a una importante conclusión: la clave estaba en la actitud que cada persona asumía en relación con las circunstancias que en este caso, en mala suerte le habían tocado vivir. Frankl nunca perdió la esperanza de volver a ver a su esposa y a sus hijos, de volver a caminar por las calles de su ciudad, de admirar el amanecer y escuchar el canto de los pájaros del parque, de volver a atender a sus pacientes en el hospital. Frankl asumió que esa circunstancia por la que atravesaba en tales momentos era totalmente transitoria y que, por más irracional que fuera, no iba a durar para siempre. 

Descubrió algo sumamente bello, que la gran mayoría de los seres humanos pocas veces logramos discernir por nosotros mismos: la "última de la las libertades humanas" es la capacidad de "elegir la actitud personal ante el conjunto de circunstancias" que le toca atravesar.

Pueden encerrarme, quitarme todas mis pertenencias, insultarme, vejarme, torturarme, pero si no me matan, sigo siendo libre, a pesar de estar enclaustrado entre cuatro paredes; sigo siendo libre para decidir si estas circunstancias las vivo como un infierno inevitable o como una circunstancia transitoria, pasajera, como una fase más de mi vida que puedo aprovechar para hacer algo útil, para mí y para mis semejantes. O, por el contrario, puedo decidir rumiar mi desgracia o mi mala suerte, convertirme en un muerto viviente, drogarme o emborracharme para evadirme de esa circunstancia, para no enfrentarla, decidir que nada tiene sentido, que "para qué hago algo si nunca voy a salir de aquí". 

Este libro es especialmente valioso para entender en qué consiste el sentido de la vida; es decir, para qué estamos aquí: el sentido de la vida es, precisamente y aunque parezca una paradoja, vivir. Todos nacemos, vivimos y morimos. Esa es la única certeza que tenemos. La forma en que vivimos es una elección personal: puedo vivir mi vida como una fiesta o como un infierno, puedo sentirme libre recluido en una cárcel, o sentirme prisionero caminando por la ciudad. La única posesión que adquirimos con la vida es la libertad, incluso la libertad de quitarnos la propia vida.

Yo soy responsable de mi libertad para vivir mi vida como quiera, porque es lo único que nadie, nunca, me va poder quitar. Vivir sin libertad es como estar muerto en vida.

¿Y tú, qué tanto eres conciente y responsable de tu libertad?

1 comentario:

  1. ¿Cómo nos ha deado este hombre no Memo? Aplaudo tu artículo con mucha efusión, una vez escribí esto en algún artículo: "no hay NADA como perderlo TODO" A. Castaneda

    ResponderEliminar